domingo, 23 de septiembre de 2012

DEMASIADO ESTRES


Dichosos aquellos que degustamos un tiempo sin premura, aquellos que tuvimos la suerte de vivir en un pueblo en el que aunque había muchas labores a realizar, siempre había tiempo para hilar la hebra con los vecinos y atender a las necesidades de los otros. Había tiempo para perderse por los campos y disfrutar de la soledad y sentirse en contacto con los animales y paisaje que te rodeaba. No estábamos pendientes del teléfono, ni de los programas de TV.

Vivíamos en tranquilidad, con una paciencia infinita que nos valía para sobrellevar las adversidades o no gustos con esperanza, sabiendo que todo tarde o temprano llegaba y que las cuestiones se solucionaban de una manera o de otra, tu sólo tenías que poner tu empeño en hacer lo que podías y lo demás se lo dejabas a quien correspondiera sin agobios, con tranquilidad, con sosiego, con paz.

Ahora las cosas son diferentes, los deseos se tienen que conseguir en el momento, como sea, a cualquier precio y eso nos lleva a una no presencia en lo que toca, estamos siempre en lo que deseamos: llamar, que nos llamen, comunicar con los que no están en ese momento, quedar para luego, apurar el tiempo , que llegue el después… y de paz nada, de conectar y conocer lo que nos rodea nada, de estar con uno mismo nada…Nos pasamos la vida persiguiendo siempre a otros: futbolistas, cantantes, modelos, artistas, políticos…, siempre bailando al son que tocan otros, sin conocer nunca nuestra bella música interior, nuestras múltiples capacidades. Nos metemos en sus bloggers, en sus foros, en sus vidas, descuidando las nuestras.
Yo considero una pena que nuestros pequeños estén ya estresados desde que nacen, con tanto que hacer, con tanta TV metida en el cerebro, con tantos datos exteriores que no les ayudan a saber quienes son y rodeados de tantos adultos que corren continuamente de un lado a otro o que están enchufados al teléfono , a la TV o al ordenador como que estos aparatos fueran nuestro tercer brazo, dejando a este brazo que eduque a nuestros retoños.
Decía mi padre “que por mal camino a buen pueblo, no se podía ir”. ¡ A ver si resulta que es verdad !

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