Quiero
presentaros a un amigo mío. Se llama Iletxu. Es un
perrito pequeño, como un peluche por fuera y de algo suave por
dentro.
Tuvo
la mala suerte de cuando era un cachorro se topó con un doberman y
le arrancó un ojo. Ese hecho fue muy doloroso, pero de resultas de
aquello, el ojo que le queda es grande y expresivo decidido como está
a verlo todo, aunque para ello tenga que ladear la cabeza de un modo
especial. Es muy cariñoso y en todas las casas se sitúa en aquel
sitio que corresponde al dueño. El sabe que ese sitio es especial.
Este
perrito comparte cuidados con una persona mayor con dificultad de
movimiento. Ambos se cuidan mutuamente; se dan cariño y compañía.
Ella
le saca a la calle y aunque va suelto por el barrio, no va lejos y
continuamente vigila que su ama no esté fuera de su vista, levanta
la cabecita para situar su ojo y corre hacia ella para ponerse a sus
pies.
En
casa, se pone en su regazo y espera atento a que ella le haga
partícipe de sus alegrías y sus penas. El la escucha y su ánimo
depende también del ánimo de su dueña. Ambos se acarician y se
muestran todo su amor y ternura.
Da
gusto verlos en su convivencia diaria.
¡Cuantos
perritos hacen la vida más llevadera y placentera a personas que de
otra manera estarían más tiempo solas y no podrían repetir una y
otra vez sus dichos, sus experiencias, su sentir…! porque los seres
humanos no somos tan pacientes como nuestros amigos los perros y
continuamente estaríamos diciendo: “eso ya me lo has dicho un
millón de veces”. A Iletxu le da igual una o mil
veces, él disfruta siempre de la voz de su dueña y cuando la deja
de ver, aunque sólo sea por unas horas, se vuelve loco de alegría
cuando la vuelve a ver.
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