Me permito
ponerme en la piel de un astronauta y me sitúo en la cabina, con una
lente de mucho aumento, donde pueda percibir las luces de las
ciudades sobre las que estoy pasando, desde una grandísima distancia
y desde la que se puede ver no sólo las maravillas de nuestro
planeta en su conjunto, sino también la inmensidad de los cielos que
me rodean.
Cada hora
tengo el privilegio de dar una vuelta alrededor de la Tierra, por lo
que casi van juntas la salida y la puesta de sol.
Veo miles de
ciudades, lagos, ríos, montañas y los grandes océanos que desde
aquí no se perciben tan grandes, pero sí se percibe su inmensidad,
su profundidad, su sosiego a la vez tan peligroso y tan magnífico,
pero a la vez, también veo la inmensidad del espacio que me rodea y
su grandeza.
No tengo
palabras para definir el conjunto porque en la inmensidad que guarda
la palabra infinito, me pierdo y me entra un vacío en el estómago
que solo lo puedo llenar con la emoción de la armonía que se
percibe.
Cada astro,
cada ser, cada cosa está en su sitio. Nada sobra y nada falta. Todo
tiene su porqué y nada parece casual. Todo parece seguir un orden
en el Universo.
Esas
totalidades: Universo, Infinito, Armónico…, a mí, por lo menos,
me hacen temblar cuando pienso que formo parte de ello.
Soy un grano
de arena en este desierto, pero un grano de arena necesario para
formar el conjunto. ¿Cómo puedo permitirme ignorarlo, despreciarlo,
destruirlo…con mis actos?
No soy
todo, pero formo parte del Todo. No soy más que cualquier otro
ser, pero tampoco menos. Todos somos igual de importantes y todos
deberíamos tomar conciencia de nuestro papel, ya que formar parte de
todo ESTO no es cualquier cosa. Es algo que nos convierte en únicos
y maravillosos, sólo que, de tanta rutina y falta de pararse a
pensar, nos hemos terminado por convertir en robots que tratan de
aniquilarse unos a otros y terminar con este maravilloso, grandioso y
magnífico UNIVERSO.
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